Desde pequeña he sentido la necesidad no tanto de hacerme la guapa, pero sí de sentirme guapa: de cuidarme y pintarme como la que más en mi familia y entre la gente de mi barrio. Por eso, como regalos de comunión, Reyes, cumpleaños etc. siempre me pedía desde muñecas a las que peinar hasta sets de maquillajes con los que pintarraquearme la cara.
Por esta razón, además de al periodismo y a la comunicación, siempre he deseado dedicarme a algo referido con los centros de belleza. Este planteamiento tendría que bastar para que se entienda por qué a día de hoy quiero convertirme en peluquera y abrir mi «Adriana Alzamora Beauty Shop», pero entiendo y me da un poco de rabia si os digo la verdad, que también este planteamiento forma parte del futuro casi predestinado de todas y cada una de las chicas de mi barrio.
Vale que cada vez que íbamos yo y mis amigas desde bien chicas al Centro Comercial Los Arcos, la parada en el Yves Rocher o en el Sephora del Corte Inglés de Nervión era casi obligatoria, y que no eran pocas las tardes que todas juntas las pasábamos enteras de tienda en tienda probando cosméticos que difícilmente podíamos pagar con nuestras pagas (aunque nos hacíamos con un buen surtido de muestras que bien valían en más de una ocasión para rellenar botes enteros), pero mi afición por la peluquería y estética va mucho más allá de todo eso, y a continuación os explicaré el por qué de cada una de ellas.
La Adriana Alzamora peluquera
Desde pequeña mi madre nos llevaba a mi y a mis hermanos a que nos pelara una vecina, que no es que se dedicara a ello, pero ya sabéis cómo es la vida de barrio y más en Sevilla, donde se comparte de todo. Así, Julia, que así se llamaba la buena mujer, nos cortaba el pelo a todos y mi madre le devolvía el favor con unos pasteles, con un detallito que sacara de un paseo por el centro etc.
Pues desde esos días yo siempre estaba muy atenta de lo que doña Julia nos hacía en el pelo, hasta que un día que no estaban mis padres cogí por banda a mi hermanita y yo misma le corté el pelo. Desde entonces (no sin bronca de por medio de mi madre) fui poco a poco desempeñando la labor de Julia e incluso a su propia hija Julita le cortaba yo misma el pelo.
A día de hoy no hay peinado de comunión que se me escape en mi barrio ni amiga a la que no le haga algo especial para un evento o para una cita 😉 Solo que en vez de pasteles, me pagan en detallitos que sirvan para hacer crecer mi afición: que si un pintauñas, un perfilador… así voy aumentando mi colección.
La Adriana Alzamora esteticién
Y como me considero una mujer completa, no hay peluquera que se precie que no tenga dominio también de la belleza y estética, aunque debo reconocer que ambas aficiones no vinieron a la par en el tiempo.
Si, de pequeña jugaba tanto con las tijeras y los peines como con las pinturas, y no fueron pocas las veces que mi madre me regañaba por entrar en su cuarto y jugar con sus pintalabios, sombra de ojos etc. Pero no fue hasta la temida adolescencia cuando verdaderamente mi afición por la estética afloró.
¿La culpa? Los granos. Esos indeseables de los que somos víctimas los jóvenes y que tienen la santa virtud de aparecer cuando menos se les necesita. Pues tanto disfrutaba tapándolos como haciéndolos desaparecer. Y es así como desarrolle la destreza y la satisfacción por conseguir una imagen si no perfecta, adecuada para sentirte bien contigo mismo. Sensación que quiero compartir con todos vosotros y por la que realmente quiero ser peluquera y esteticién.
En la próxima ocasión a ver si os hablo de mi proyecto, que pasa por montar un centro de belleza que aun no estoy del todo segura si será el «Adriana Alzamora Beauty Shop» o el «Doble A Center» (si, vale, peco de nombres un poco chonis, pero ya veréis como finalmente no será así). Lo que sí estoy segura que quiero que se asemeje como la peluquería que vi en mi última visita a Madrid, donde el azulejo sevillano esté bien presente pero también con toques modernos.. en fin, ya os hablaré de ella. ¡Hasta entonces!
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